Preocuparse por la seguridad de los datos no es nada nuevo, y con razón. Uno de los primeros ejemplos conocidos de lo que hoy llamamos “encriptación” procede
de Esparta. Sí, de la antigua Grecia. Los espartanos utilizaban un palo de madera llamado “escítala” para cifrar y descifrar mensajes secretos.
En la actualidad, la enorme cantidad de datos disponibles hace que la seguridad de los datos se haya convertido en una prioridad absoluta tanto para particulares como para empresas e instituciones. Existen amplios cuerpos legales y éticos que obligan a las empresas a salvaguardar proactivamente los datos frente a las amenazas.
Como consecuencia, las empresas tienen que ser transparentes sobre los datos que recopilan, cómo se almacenan y adónde se envían. Esto es especialmente cierto cuando se trata de grandes empresas tecnológicas, para las que los potentes sistemas
de cifrado de datos y ciberseguridad no sólo son una necesidad, sino un indicador
de estabilidad, fiabilidad y madurez empresarial.
A pesar de todas las normas y reglamentos que rigen este campo, las normas
de protección de datos son objetivos móviles. Las técnicas para identificar y aprovechar las vulnerabilidades de seguridad evolucionan constantemente, y los estafadores siguen encontrando formas de hacerse con datos confidenciales de los usuarios.